Mayo en Guna Yala: una travesía entre aguas caribeñas y saberes ancestrales
Mayo de 2025 será para siempre un mes tatuado en mi memoria. Un periodo colmado de recorridos por lugares que jamás había explorado en Panamá, donde cada sitio me regaló experiencias profundas que hicieron de ese mes un tiempo irrepetible. Entre todos esos viajes, hubo uno que transformó mi forma de ver el turismo, la historia y el territorio: mi primer acercamiento a la Comarca Guna Yala, también conocida como San Blas.

A partir de esta experiencia, he decidido nombrarla únicamente como Guna Yala, en un acto de reconocimiento y reivindicación. Y, más aún, he optado por adoptar el término Abya Yala —como lo hacen múltiples pueblos originarios— para referirme al continente americano. De esta forma, desplazo las denominaciones coloniales impuestas y afirmo otras formas de ver y nombrar el mundo.
Te preguntarás cómo surgió este proceso de reivindicación. Todo comenzó en 1977, cuando el Consejo Mundial de Pueblos Indígenas adoptó oficialmente el término Abya Yala, aunque el pueblo guna ya lo utilizaba desde mucho antes para referirse a su territorio. Este gesto trasciende lo simbólico: representa un acto de resistencia y afirmación identitaria, con raíces profundas en la lucha del pueblo guna por su autonomía. Nombrar es un acto político. Al hacerlo, reafirmamos la memoria colectiva de quienes habitaron estas tierras desde tiempos ancestrales.
Tras esta introducción histórica, comparto mi experiencia turística en Guna Yala. La gira comenzó antes del amanecer, ya que la ruta terrestre toma alrededor de tres horas desde la terminal de Albrook. En lugar de optar por bus o avioneta, contraté los servicios excepcionales de Ricardo Reyes, guía turístico bilingüe y certificado por la Autoridad de Turismo de Panamá, quien lidera su emprendimiento @xploratourss.

El paquete incluyó: transporte en camioneta 4×4 desde Ciudad de Panamá hasta el puerto de embarque en Guna Yala, traslado marítimo, almuerzo, visita a dos islas, excursión a una piscina natural, uso de instalaciones de playa (como snorkel y duchas), acompañamiento de guías gunas provistos por @viajessanblaspanama, chalecos salvavidas, y el pago de los impuestos de entrada a las playas y al territorio guna.
Para llegar al puerto, es obligatorio utilizar un vehículo 4×4 autorizado por las autoridades gunas. También se requiere pagar una cuota de entrada estipulada por los sailas, líderes tradicionales del gobierno autónomo de la comarca. Este sistema reafirma su autodeterminación y autonomía, principios conquistados históricamente y protegidos por sus propias estructuras organizativas.
La carretera, en su mayoría en buen estado, atraviesa zonas como Pacora y Chepo, en la provincia de Panamá. A medida que el grupo —compuesto por 23 personas— se adentraba en territorio guna, el entorno se volvía más verde, exuberante y sereno. El paisaje nos recibió con un archipiélago de 365 islas: un mundo simbólico donde lo ancestral y lo espiritual se entrelazan con lo cotidiano. En esta ocasión visité dos islas, ambas con nombres que terminan en dub, palabra que en lengua guna significa “isla”.

La primera parada fue Pugsudub, un remanso de paz con una playa de aguas tibias que acarician el alma. Allí visité un pequeño mercado de artesanías donde las molas —confeccionadas a mano por mujeres gunas— relatan historias, símbolos y saberes milenarios. También se ofrece el alquiler de atuendos tradicionales para quienes deseen sumergirse, con respeto, en esta vivencia cultural.
En contraste, la segunda isla, Senidub, tiene una vocación más comercial. Cuenta con un restaurante donde almorzamos, paneles solares y acceso gratuito a internet gracias a Starlink. Esta isla pertenece a una mujer guna. Cabe destacar que todas en el archipiélago, no están en venta; son propiedades heredadas únicamente entre generaciones gunas. Esta práctica protege no solo la tierra, sino también la identidad colectiva del pueblo que la habita.

La jornada culminó en una piscina natural en medio del mar, formada por el hundimiento de una isla. Allí floté, me dejé llevar por las olas del mar Caribe, y sentí cómo el agua me conectaba con algo más profundo: una energía ancestral que resiste, que guía, que transforma.
Guna Yala ha sido escenario de gestas históricas, como la rebelión del 12 de febrero de 1925, mediante la cual el pueblo guna exigió el reconocimiento de su territorio, su autonomía y su cultura. Sin embargo, lo que más me conmovió fue constatar que su forma de vida es una sabia fusión entre lo ancestral y lo contemporáneo. No hay cajeros automáticos en las islas, por lo que es indispensable llevar efectivo si se desea apoyar su economía local. Cada gesto, cada palabra, cada decisión parece guiada por una cosmovisión que prioriza la comunidad, el respeto por la naturaleza y la memoria viva de sus mayores.
Aprendí que la población guna ha sabido entretejer la sabiduría ancestral con elementos de la modernidad sin sacrificar su esencia. Sus formas de vida nos invitan a repensar nuestras propias prácticas desde un lugar de respeto, reciprocidad y justicia.
En definitiva, mi visita a Guna Yala no fue solo un viaje turístico: fue una oportunidad para replantear narrativas, cuestionar las formas tradicionales de nombrar el mundo, reconocer las luchas históricas de la población guna, comprometerme con la descolonización del lenguaje y honrar la riqueza de las culturas originarias de Abya Yala, que siguen defendiendo su tierra, su lengua y su forma de vida.