Entre memorias y descubrimientos: una caminata por la historia arquitectónica de Bella Vista y La Exposición
En el último domingo de mayo, participé en una enriquecedora caminata guiada por el joven Dylan Figueroa, un apasionado de la arquitectura que aún resiste en los barrios de Bella Vista y La Exposición. El recorrido comenzó en el icónico Parque Urracá, un espacio cargado de significado personal: durante mi infancia, mi madre solía llevarme allí los domingos, cuando aún había aparatos mecánicos y un pequeño tren. Era un lugar de encuentro familiar y comunitario.

A las 9:00 a.m. en punto, llegó Dylan, con globos atados a su muñeca derecha. Inspirados en una película animada de su niñez, los globos eran un guiño a los orígenes de su amor por la arquitectura. Su presencia, alegre y curiosa, marcó el tono de la jornada.
Esta caminata tuvo un significado especial para mí. Viví en los barrios de Bella Vista y La Exposición desde mi infancia hasta mis treinta años. Caminé día tras día por las avenidas Central,Perú, Cuba, Ecuador, México y Justo Arosemena. Hoy, con otra mirada, reconozco cuán bellas y significativas eran esas calles, y cuánto ignoraba entonces de la historia que me rodeaba.
El recorrido abarcó desde la calle 42 hasta la 34, al transitar por la avenida Justo Arosemena, parte de la avenida Cuba y culminar en la avenida Perú. Durante dos horas y media, un grupo de más de diez personas contemplamos vestigios tangibles del ingenio de arquitectos panameños que han dejado huella en nuestro paisaje urbano.

Dylan nos invitó a observar con atención fachadas, esquinas y detalles que solemos ignorar en la cotidianidad. Bella Vista y La Exposición conservan rastros del sueño del presidente Belisario Porras, quien en 1916 proyectó una exposición mundial. Aunque no se celebró esta exhibición por la Primera Guerra Mundial, a diferencia de otros países que desmontaban sus edificaciones tras el evento, en Panamá permanecen estructuras emblemáticas como la sede de la Embajada de España, la Gobernación y la Procuraduría General de la Nación. Estas construcciones reflejan una apuesta por la modernidad, el sentido estético y la identidad nacional.
La arquitectura del barrio Bella Vista es una amalgama de estilos: neocolonial español y streamline moderne. En cada calle se pueden admirar amplios ventanales, aleros elaborados, y techos de tejas que dialogan con el entorno tropical, en contraste con los techos de zinc, poco adecuados para nuestro clima.
Entre los edificios que divisamos se encuentran el Hispania y el Sousa. El primero fue construido por el expresidente Ricardo J. Alfaro, quien fue designado por Eleanor Roosevelt para participar en la redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948 y fue el único latinoamericfano en dicha comisión. En la planta baja del edificio, un museo honra su legado.
El Dr. Alfaro tuvo como asistente de investigación a un joven afropanameño, Armando Fortune, durante su labor en la Comisión de Derechos Humanos. Con el tiempo, Fortune se convirtió en escritor y profesor, cuyas obras se publicaron en la Revista Lotería. Gracias al sociólogo Gerardo Maloney, hoy existe un centro de investigación que lleva su nombre y una medalla que la Universidad de Panamá entrega cada 30 de mayo a quienes han contribuido significativamente a la población afrodescendiente del país.
Tuve la fortuna de conocer uno de los apartamentos del edificio Sousa. Cada uno tiene una configuración distinta. Su diseño elegante y la belleza de su interior forman parte de mi memoria urbana. Aún recuerdo una noche de los años noventa cuando un grupo de amistades compartíamos una reunión social cuando supimos de la trágica desaparición física de la princesa Diana. La noticia detuvo la música y silenció la celebración.
Otro estilo arquitectónico que pudimos apreciar fue el streamline, caracterizado por líneas horizontales que evocan trenes y buques. Uno de estos edificios se encuentra frente a la Plaza Porras. De niña lo visitaba con frecuencia: allí tenía su consultorio mi dentista.
Uno de los momentos más impactantes del recorrido fue el paso por la Calle 43, donde se encuentra la antigua residencia del expresidente Carlos A. Mendoza, hoy en venta. Fue construida por su yerno, el arquitecto y agrimensor Octavio Jaén, con una majestuosa fachada de piedra. El abogado Carlos A. Mendoza, no solo fue procer de la república sino que redactó el Acta de Independencia de 1903 y fue el tercer presidente de Panamá desde marzo hasta octubre de 1910 y es considerado como el único presidente visiblemente afrodescendiente de Panamá. Un gran letrero de “se vende” anuncia su posible demolición. ¿Qué significa esto? Al tratarse de una zona zonificada, existe el riesgo de que un futuro comprador destruya este monumento histórico, y así diluir una parte irremplazable de nuestro pasado. Esto nos recuerda que, si bien el desarrollo es inevitable, la conservación del patrimonio no debe quedar relegada. Su fachada de piedra aún resiste el tiempo, pero un inmenso letrero de venta anuncia que es un área zonificada.

La arquitectura neoclásica de Bella Vista es única en el mundo, producto del talento de firmas como Wright & Schay y de arquitectos panameños como Gustavo Chay, Rogelio Navarro y Luis Villanueva Meyer. Este barrio surgió en 1914 como respuesta a la demanda habitacional de comerciantes estadounidenses, ingleses y europeos atraídos por la construcción del Canal de Panamá. Gracias al esfuerzo de instituciones como el Banco Nacional y la Alianza Francesa —originalmente residencia del comerciante Arturo del Valle Henríquez—, muchas de estas edificaciones aún se conservan.
En el edificio La Chiquis guardo recuerdos entrañables: allí practicaba calistenia con una profesora española llamada Emperatriz mejor conocida como Empera y que siempre me decía con su tono de voz grave, una de mis hermanas se llamaba Argelis como tú, y allí también había un local donde reparaba mi mamá y yo reparabamos nuestros zapatos. Todo formaba parte de una vida barrial hoy casi extinta: juegos en la calle sin miedo, vecindarios solidarios, seguridad compartida.
Caminar por la esquina donde estuvo el antiguo Teatro Bella Vista y ver en su lugar el desproporcionado edificio Amazonas resulta doloroso. No se conservó ni la fachada. A lo largo del recorrido, se ven solares vacíos, casas abandonadas y estructuras deterioradas que alguna vez fueron joyas arquitectónicas. Pero entre la desolación, brilla la esperanza.

La pasión de Dylan es un faro. Representa a una nueva generación que comprende la importancia de preservar, documentar y amar lo que hemos sido.
Durante la caminata también apreciamos edificaciones emblemáticas como la Iglesia de Cristo Rey, el Instituto Gorgas y el edificio Hatillo —actual sede de la Alcaldía de Panamá—, reafirmando así la riqueza histórica y arquitectónica de la zona.
Me sorprendió saber que la playa que colindaba con Bella Vista y La Exposición se llamaba Playa Prieta. De niña nunca supe que ese espacio formó parte de la vida barrial de generaciones anteriores. Imaginar ese tramo de costa como lugar de encuentro, descanso y recreación me llena de esperanza. Sería maravilloso impulsar un verdadero saneamiento de la bahía de Panamá para que podamos recuperar ese espacio como parte de una ciudad más justa, habitable y consciente de su historia y sus posibilidades.
Como bien señaló Dylan, hoy ya no existen barrios como Bella Vista y La Exposición. Lo que predominan ahora son las barriadas. Esta distinción no es meramente terminológica, sino que refleja transformaciones profundas en la forma en que habitamos, planificamos y experimentamos la ciudad de Panamá. Lo que sobrevive son fragmentos, memorias y trazos de un pasado que aún palpita en los aleros, en los tejas de los techos y en las esquinas, y esperan ser vistos, comprendidos y valorados.
Los próceres de la patria como Carlos A. Mendoza y presidentes como Belisario Porras fueron verdaderos visionarios al concebir, desarrollar y habitar barrios como La Exposición y Bella Vista, concebidos con una clara intención de orden, belleza y proyección urbana. Es necesario hacer un llamado a las administraciones actuales para que estudien la historia urbana del país, reconozcan su valor patrimonial y aprendan de las lecciones del pasado, al apostar por una planificación más humana, inclusiva y respetuosa de la memoria colectiva.
Hoy, después de las siete de la noche, entre las Calles 34 hasta la 42, se convierten en zonas vacías, sin espacios de esparcimiento ni restaurantes, sin presencia comunitaria. Sin embargo, recorridos como el de Dylan invitan a recuperar la memoria colectiva, a imaginar un futuro donde la historia no se borre, sino que se integre y se celebre. Ya se han demolido hermosos edificios. Es tiempo de poner coto a la miopía de perder invaluables pedazos de historia para dar paso a torres de concreto sin alma ni memoria.
Recomiendo la gira con Dylan Figueroa con convicción. No solo por el conocimiento profundo que ofrece, sino porque nos recuerda algo fundamental: que preservar el pasado no es un acto de nostalgia, sino de justicia.